Por Ainée
En la historia de la humanidad los elementos de la naturaleza han sido considerados como el fundamento de los fenómenos naturales y se corresponden con distintas arenas de la vida humana.
Se han considerado cuatro o cinco elementos primigenios a lo largo de la historia, a saber, en el hinduismo, se concebían el pritiví o bhumi (tierra), ap o yala (agua), agni (fuego), vaiu o pávana (aire o viento) y akasha (éter); en la concepción budista eran el aire, fuego, tierra y agua; para los chinos, eran el agua, el fuego, la madera, el metal y la tierra y en Japón se consideraban el aire, la tierra, el fuego, el agua y el vacío. En Occidente, la evolución de esta concepción fue confiriendo importancia a uno de los elementos por encima de los otros, así, Tales de Mileto consideró al agua como el elemento fundamental y rector entre los demás, Anaxímanes confirió ese valor al aire, Heráclito por su parte, destacó al fuego y no fue sino hasta Empédocles que se sintetiza una teoría incluyente implicando a los cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego. Finalmente, Aristóteles agrega el éter (o el espíritu) a esta ecuación.
Sirva lo anterior para ilustrar cómo el reconocimiento de cuatro o cinco elementos fundamentales de la naturaleza han contribuido para que el ser humano se explique los misterios de su entorno y la manera en que la fenomenología de la naturaleza interactúa con su comportamiento e incide en su evolución.
Los elementos y su efecto en el hombre tienen su correspondencia con los signos astrológicos, las estaciones del año, días de la semana, planetas, símbolos, plantas, animales, partes del cuerpo, puntos cardinales y un largo etcétera.
En el presente artículo abordaré de manera general algunas características generales de los elementos y posteriormente, en siguientes entregas, iré abordando los elementos de manera individual.
Para comenzar es importante describir las características arquetípicas de cada elemento con las que encontramos explicación para distintos fenómenos universales y cómo se manifiestan en la conducta humana.
El Agua
Al hablar del Agua nos referimos de manera más incluyente a todo aquello que se encuentra en estado líquido. Es lo que fluye, diluye y limpia, pero también arrasa erosionando y destruye cuando se manifiesta en grandes cantidades e intensidades. Son emociones purificadoras o desbordadas que se aquietan o se agolpan. De manera arquetípica representa nuestra sangre y las emociones que ésta manifiestan. El agua erosiona y borra, pero también ahoga y en su medida y manejo, está la forma en que podemos servirnos de este elemento
El Aire
El Aire alude lo volátil, la fuerza intangible que mueve; el viento que golpea los árboles y que arrastra lo que yace en la superficie transportándolo lejos. Arquetípicamente es nuestro aliento que impulsa los sonidos que emanan de nuestra boca. También a esa fuerza que propicia la actividad neuronal que faculta nuestro pensamiento e intelectualidad. Son nuestros pensamientos y nuestras palabras, los mensajes y la comunicación en sí misma; la manifestación de nuestro ser a través de los mecanismos no tangibles que nos dotan de humanidad.
El Fuego
Este elemento representa la intensidad, las pasiones más explosivas; es el trueno que ensordece y la hoguera que sofoca. Es el impulso necesario para tomar acción y también es fuerza descontrolada que impide oír el consejo de nuestra mente. Apelar al fuego nos dota da la energía necesaria para actuar con determinación y proactividad. Fuera de control, nos ciega orillánonos a actuar por impulso de manera irreflexiva y quizás violenta.
La Tierra
Es la fertilidad y nutrimento. La Tierra es la madre bondadosa que prodiga a manos llenas el sustento de vida. Con ella identificamos en la esfera humana, los proyectos y la materialización de nuestras ideas, planes, sueños e ideales. En ella se aterriza lo que se origina en la mente y en ella coexisten todos los fenómenos de la vida. Trabajarla como elemento implica aterrizar nuestras ideas y concretar sueños. Es poner límites saludables para honrar y respetar a la divinidad que yace dentro de nuestros cuerpos. Pero la tierra también se sacude en terremotos y permite que se arraiguen malahierbas que inhiben el crecimiento de otras plantas, por lo tanto, la tierra también tiene sus fenómenos adversos que nos limitan inadecuadamente. Hay tierras menos fértiles o desgastadas que son incapaces de favorecer la germinación y es necesario conocer en qué tierra estamos parados.
Mucho más se puede decir acerca de los elementos y de la representación de lo humano que se identifica en ellos. Para nosotros es importante conocerlos para incidir en esas áreas de nuestra personalidad que son susceptibles de ser mejoradas en aras de avanzar en el autoconocimiento y nuestro crecimiento individual y colectivo. Ello se puede conseguir de muchas maneras pero la principal es hacer consciencia de los aspectos que deseamos modificar y definiendo hacia dónde deseamos orientar y transmutar nuestra energía.