“Antes de que nos olviden
Nos evaporaremos en magueyes,
Y subiremos hasta el cielo
Y bajaremos con la lluvia…
Aunque tú me olvides,
Te pondré en un altar de veladoras,
Y en cada una pondré tu nombre,
Y cuidaré de tu alma”.
Caifanes.
La Muerte es parte de nosotros, nos acompaña, nos vigila, nos mima, nos da chance y es aquella que nos mete un calambre cuando es necesario y está inmersa en nuestra cultura desde tiempos remotos.
Cuando leí las Enseñanzas de Don Juan de Carlos Castaneda entendí mucho más a profundidad el concepto de la muerte, decía que estaba en todas partes: al atardecer, al final del día, al final de la noche, cuando cae un pétalo de una flor, en la parte inferior de la página que estás leyendo, al final del aliento que estás tomando. La muerte es un recordatorio para estar alerta, un punto de referencia para comportarse con amabilidad, un impulso para establecer prioridades, una inspiración para el cambio o para sacudirse la mezquindad de las preocupaciones cotidianas.
La presencia de la muerte y el hecho de que no sabes cuándo y cómo vas a morir me ayudaron a librarme de mis propias preocupaciones y a aportar claridad, determinación y sentido de propósito a mis acciones.
“¿Qué es lo que realmente tenemos, excepto la vida y nuestra propia muerte? Dice Don Juan que debes girar a tu izquierda y pedirle consejo a tu muerte. Nos liberamos de una inmensa cantidad de mezquindad si tu muerte te hace un gesto, o si la vislumbras, o si solo tienes la sensación de que está ahí mirándote”.
La noción de la muerte es de monumental importancia en la vida de los brujos. Lo que nos da cordura y fortaleza es saber que nuestro fin es inevitable. En un mundo donde la muerte es el cazador no hay tiempo para lamentos ni dudas; sólo hay tiempo para decisiones. Cada minuto puede ser el último, por lo tanto, tiene que ser vivido con el espíritu, la muerte es nuestro único adversario real, es quien nos reta y nosotros nacemos para aceptar este reto. Pero algunas personas pueden pensar que la muerte es nuestra enemiga o destructora, pero en realidad la muerte es la fuerza activa.
Don Juan Matus en Viaje a Ixtlán decía “sólo la idea de la muerte da al hombre el despego suficiente para que sea incapaz de abandonarse a nada. Sólo la idea de la muerte da al hombre el despego suficiente para que no pueda negarse a nada. Pero un hombre de tal suerte no ansía porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sé que mi muerte me anda cazando y que no me dará tiempo de adherirme a nada, así, que pruebo sin ansias todo de todo. Un hombre despegado sabiendo que no tiene posibilidad de poner vallas a su muerte sólo tiene una cosa que lo respalde, el poder de sus decisiones. Debe comprender por completo que su preferencia es su responsabilidad y una vez que hace su elección no queda tiempo para lamentaciones ni recriminaciones.”
Los guerreros viven con la muerte al lado y de saber que la muerte está con ellos, extraen valor para enfrentar cualquier cosa. Lo peor que puede pasarles es tener que morir y puesto que ese ya es su destino inalterable están libres pues ya no tienen nada que temer.
Para Cortázar la muerte es el gran escándalo y para Borges el gran consuelo.
“-Entonces, ¿qué esperas para morirte? -La muerte.”
“La muerte no se reparte como un bien. Nadie anda en busca de tristezas” decía Pedro Páramo de Juan Rulfo.
La Muerte es tan importante en el incosciente colectivo que a lo largo del tiempo que los sere humanos le han puesto diferentes rostros, la han asociado con formas y diversas historias. Así en la mitología griega existía un dios de los muertos, Hades, que gobernaba el inframundo y acabó dándole nombre a esos dominios. Entre sus atributos está, además de un cetro para conducir y gobernar a los muertos, un lúgubre carro de caballos negros que recuerda los carruajes de la iconografía vampírica. Su homólogo romano es el dios Plutón.
En la cultura antigua egipcia, el dios Osiris era el dios de los muertos, de la resurrección y la agricultura, al mismo tiempo simbolizaba la fertilidad y la regeneración del río Nilo, uno de sus trabajos era pesar el corazón de los difuntos y si éste era ligero y libre de pecado el alma podía acceder al reino de los muertos, de lo contrario era devorada. Osiris es un dios que claramente da vida y da muerte, es el ciclo de la vida como el día y la noche.
Yama, el dios de la muerte en el hinduísmo, budismo y zoroastrismo, es quien determina la justicia que cada alma recibirá, y su camino después de morir. Se cree que Yama fue el primer humano en morir, por lo que tiene la tarea de presidir donde descansarán los muertos. También se le conoce como Dharma, que en una traducción aproximada significa orden cósmico, ya que se dedica a mantener la armonía. Según los Vedas, los antiguos textos hindúes, existe un “Libro del Destino” donde se registran los registros de las acciones de cada persona durante su vida. El nombre Yama significa gemelo en sánscrito védico, y en algunos mitos hindúes tiene una hermana gemela llamada Yami, que es la diosa madre. Son dos de las deidades más antiguas, y consideradas muy sabias; sin embargo, su posición está por debajo del Señor Shiva y del Señor Vishnu que son dioses supremos.
Para la cultura azteca y posteriormente mexica los dioses de la muerte eran: Mictlantecuhtli también era llamado Popocatzin, del «popo» humo, por lo tanto era el dios de las sombras. Ejercía su soberanía sobre los «nueve ríos subterráneos» y sobre las almas de los muertos. Se le representa como el esqueleto de un humano con una calavera con muchos dientes. Asociado con las arañas, los murciélagos y los búhos, al ser dibujado se representaba con cabello negro y con ojos estelares o estrellas. Mictecacihuatl en náhuatl «Señora de la muerte», tenía como propósito vigilar los huesos de los muertos. Ella presidía los festivales Aztecas hechos en honor de los muertos (que evolucionaron con la incorporación del cristianismo hasta el Día de Muertos contemporáneo), es conocida como la «Dama de la Muerte», ya que se cree que murió al nacer.
El Mictlán es el lugar al que iban los hombres y mujeres que morían de causas naturales. Pero el camino no era fácil. Antes de presentarse ante el Señor y Señora de la muerte había que pasar numerosos obstáculos; piedras que chocan entre sí, desiertos y colinas, un cocodrilo llamado Xochitonal, viento de filosas obsidianas, y un caudaloso río que el muerto atravesaba con la ayuda de un perrito que era sacrificado el día de su funeral. Finalmente el difunto llegaba ante la presencia de los señores de la obscuridad y la muerte y les entregaban las ofrendas. Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl fueron sin lugar a dudas las deidades a quienes se encomendaban a los muertos pero también eran invocados por todo aquel que deseaba el poder de la muerte.
Los mayas no se podían quedar atrás así que representaban al dios de la muerte con diferentes nombres Ah Puch (El Descarnado), Kisin (El Flatulento), Yum Kimil (Señor de la Muerte) o Kimi (Muerte). Se le representó con la imagen de un cuerpo humano esquelético, o bien mostrando signos de putrefacción como vientre hinchado, emanación de aromas fétidos por la nariz o por el ano, puntos o partes oscurecidas que indican la descomposición de las carnes, collares o pulseras formados por cascabeles en forma de ojos con las cuencas vacías y un tatuaje parecido a nuestro signo de porcentaje (%) en el rostro o en el cuerpo. Se trata de un ser andrógino que al igual que los humanos realiza actividades rituales y cotidianas propias de ambos sexos, por lo que se le observa en actos como fumar tabaco, presenciar sacrificios, quebrar un árbol o una cuerda, danzar frenéticamente en el inframundo, copular con la diosa lunar o confeccionar textiles en un telar de cintura.
Azrael es uno de los nombres que recibe el ángel de la muerte entre los judíos y musulmanes. Tiene por misión recibir las almas de los muertos y conducirlas para ser juzgadas. Fue conocido inicialmente como Azra, el descendiente de los grandes sacerdotes de Aaróny escriba en el periodo del segundo templo de Jerusalém. Durante el palocristianismo recibió el nombre de Esdrás, el profeta que vaticinó la llegada de Cristo, se dice que Azrael subió al paraíso sin haber probado la muerte.
Generalmente se le describe como un arcángel bajo las órdenes de Dios, defensor de un concepto de la muerte menos lúgubre que el habitual en sus personificaciones más conocidas. Dependiendo del punto de vista de las diferentes religiones en las que aparece Azrael, este reside en diferentes lugares, pero el más habitual es el tercer cielo. Otras versiones defenderían que renunció al cielo con un coro de ángeles a su cargo para rescatar las almas mandadas al infierno, estando por tanto localizada su residencia en el último círculo del mismo, donde podría también procurar que los demonios se mantuvieran en su lugar.
Hela o Hel era la diosa encargada del inframundo “Helheim” que se encuentra bajo una de las raíces del Yggdrassil en la mitología nórdica. Y es el lugar a donde van los muertos que mueren de vejez o enfermedad. Es hija del dios Loki y de la gigante hechicera Angrboda. Es representada con un lado de su cuerpo muy hermoso y radiante y el otro lado es de un cadáver en putrefacción y de él emanaba un olor putrefacto.
Otras emisarias de la muerte en esta misma mitología son las soberbias valquirias que servían a Odín bajo el mando de Freyja. Su propósito era elegir a los más heroicos de aquellos caídos en batalla y llevarlos al Valhalla.
Los Shinigami en el folclor japonés muy popular entre los mangas y ánimes como Deth Note, son demonios de la muerte, éstos infunden deseos de morir a las personas que desde que nacen tienen una vela que determina la duración de su vida cuando la vela se extingue, se apoderan de la voluntad de los desafortunados.
Los bretones representan al ayudante de la muerte como un misterioso hombre, vestido íntegramente de negro y provisto de un sombrero de ala ancha, que vaga por el mundo buscando almas para cruzar en su carruaje hacia el mundo de los muertos y lo llaman Ankou.
El Cù Sìth en la mitología escocesa es un enorme perro de pelaje verde que anuncia con sus ladridos la proximidad de la muerte. Quienes tienen la desgracia de escuchar tres de sus aullidos son llamados irremediablemente a la muerte.
En la religión yoruba se aprecia un gran respeto por la muerte. Existen deidades asociadas a este fenómeno, en tanto los muertos, en alusión a los espíritus de los difuntos, tienen un papel esencial en todas sus ceremonias mágico-religiosas. En la santería cubana, Oyá –que sincretiza con la virgen de la Candelaria y con Santa Teresa de Jesús– domina las puertas de los cementerios. Ella es la sepulturera y su fuerza se materializa en las piedras de ese recinto. Con Yewá y Obba, conforma la trilogía de las orishas que habitan el cementerio, y son conocidas también como “las muerteras”. Además, está Ikú, que es tanto la muerte misma como el momento de morir.
La representación de la muerte más popular en la cultura occidental y ya en la globalizada, la del personaje esquelético cubierto con capa o sudario y con una guadaña en la mano y apareció en la Europa de finales del Medievo.
La muerte encabezaba el cortejo de las danzas macabras, llevando de la mano desde el emperador hasta el siervo, desde la anciana hasta la joven sana y guapa, para mostrar que todos somos iguales ante la Parca y que todo es vanidad.
La calavera ha seguido siendo el símbolo por excelencia de la mortalidad en la iconografía occidental, si bien con el romanticismo se empezó a representar a la muerte también con rasgos de hombre o mujer vivos con semblante triste, pero sosegado.
Muchos se preguntarán cuándo surgió el culto a la Santa Muerte que se ha puesto tan de moda en la actualidad principalmente en México, este culto se remonta a 1795 cuando los indígenas adoraban un esqueleto al que llamaban Muerte en un poblado del centro de México y hay testimonios de que este culto permaneció oculto en los últimos dos siglos. La leyenda popular, que se supone transmitida de boca en boca, indicaría que este culto haya estado naciendo alrededor de los años sesenta. Cuando en Catemaco, Veracruz, México, un lugareño vio la figura de la Muerte dibujada en las tablas de su choza. Fue a pedirle al cura local que verificara la imagen y la canonizara, pero este se negó rotundamente tachándola como rito de satanismo, de ahí que este culto se difundiese de persona a persona, sin tener una organización fija, por el temor a ser visto como satánico. Por lo menos, hasta el día de hoy.
A ella se daría a conocer el culto en el estado de Hidalgo, México, en el año de 1965. La Muerte es así adorada o venerada sobre todo por personas que cotidianamente ponen en riesgo su vida; pero los habitantes urbanos de hoy en día, también invocan a esta figura para la protección y la recuperación de la salud, artículos robados, o para recuperar familiares secuestrados. En México cada vez va más en aumento el culto a la huesuda, hay altares en Tepito ubicado en el centro de la CDMX, también hay un altar gigante de 22 metros en el municipio de Tultitlán, Edo. de México, a los cuales asisten cientos de fieles a rendirle y culto y a darle sus ofrendas
Pero también está San Pascual o San Pascualito Rey en la religión católica, se refiere a San Pascual Baylón; culto originado en Guatemala y el Estado Mexicano de Chiapas, se representa como un esqueleto humano coronado. Ha sido objeto de rechazo de la propia religión Católica desde su origen y su culto prohibido por la Inquisición y rechazado hasta hoy, en que persiste su veneración, al igual que la » Santa Muerte».
Tenemos también en el tarot el arcano XIII La Muerte que anuncia la trasformación, la transmutación, el final de algo, el cierre de ciclos, los cambios radicales en todos los planos. Pero cuando sale esta carta impacta al consultante y se le asocia con desgracia, pena, enfermedad, ruptura o muerte; de ahí la importancia de ver con qué cartas sale acompañada la flaquita.
Y bueno para terminar hasta el psicoanalista Sigmund Freud escogió la figura de Tanatos, la personificación del morir dulce en la Grecia clásica, para bautizar su impulso de muerte, el deseo de volver a un estado de tranquilidad absoluta.
Podemos seguir dándole rostros y más rostros a la muerte, la flaquita, la huesuda; pero no basta con pensar en ella, ponerle su velita, su ofrenda, sino que se debe tenerla siempre delante, siempre a la izquierda. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y más alegre. Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida.
“Todos escogen el mismo camino. Todos se van.” Juan Rulfo
Escrito por Áryan Verónica Rodríguez