Escrito por Janendra
En agosto los paganos celebramos la fiesta de la cosecha. La tierra está madura y nos ofrece sus frutos. Es un momento para agradecer, para disfrutar y recoger los primeros logros de las metas que decidimos perseguir. Así como el verano da paso al otoño, analizaremos lo que se ha conseguido, perseveraremos o diseñaremos nuevas estrategias para seguir con el camino que elegimos al inicio del año.
En esta época de esplendor las noches comienzan a alargarse, y la naturaleza nos susurra que la oscuridad traerá de la mano al invierno. En la cosecha nos concentramos en las cosas que nuestro lado luminoso consiguió y pocas veces miramos en ese lado de nuestra personalidad que no es bondadoso, ni amable ni considerado con los otros.
La oscuridad comprende los defectos de carácter, nuestros rencores, miedos y vulnerabilidades. Pero también es la capacidad para marcar límites, para defendernos de la injusticia y para ponernos a nosotros y nuestras necesidades en primer lugar. En mi oscuridad residen las heridas que me hacen llorar, el hartazgo ante las dificultades, la inconformidad que genera cambios y la desconfianza que me hace creer en mi intuición.
Con este ritual nos permitiremos observar ese otro lado de nosotros y recoger la cosecha obscura. La oscuridad propia suele pasar desapercibida, y se esconde muy bien entre los matices de cada persona, así que haremos algo simbólico y divertido.
Esto es lo que necesitarás:
Este ritual debe hacerse en luna nueva o oscura y justo a la hora en que sale el sol. Al alba se registra la temperatura más fría del día y, aunque ya hay luz, los rayos del sol no calientan. Es en este momento, donde la noche se disipa y el sol comienza a iluminar, que podemos observar lo que la noche mantenía oculto. Busca un lugar cómodo para trabajar, puedes usar una silla y una mesa o trabajar en el suelo.
Cierra los ojos e imagina que una esfera de luz comienza a formarse a tu alrededor. Siente como cada vez que inhalas la esfera se acerca a ti y cuando exhalas se aleja un poco. Esta esfera te rodea a ti y al espacio donde trabajarás. Recubre la esfera de agua y una capa de protección se fija a ella. Recúbrela después con aire, fuego y tierra, cada elemento fortaleza tu esfera y se vuelve una poderosa protección. Cuando estés conforme, agradece a los elementos por acudir a tu llamado. Rodeado por tu esfera, a salvo y protegido, es hora de trabajar.
Toma la vela negra, escríbele tu nombre al revés, colócala frente a ti y enciéndela. El negro simboliza la noche, lo que está oculto de nuestros ojos y también lo que está protegido. Con el cacao, o el chocolate, has un círculo alrededor de la vela. El cacao nos da conciencia sobre nuestra realidad, nos centra en el aquí y el ahora de una forma amable y nutricia.
Has un tercer círculo con las nueve monedas que colocarás de contracara. El nueve es el número de los finales y los cierres de ciclos. Es el conocimiento que nace de la reflexión, de la oscuridad y el caos que reinan antes de la perfección y el orden del número del diez. Con las hojas secas forma un cuarto círculo. Las hojas secas son la naturaleza que ya transitó a través de la luz, cumplió su misión y terminó su ciclo. Estas hojas representan la alquimia de transitar entre los estados de vida y muerte, entre los planos de existencia y conocimiento.
Enciende una varita de incienso, y mientras lo sostienes de tu lado izquierdo has la siguiente invocación:
Llamo a la oscuridad que reside en mi.
Soy una semilla que duerme en la tierra,
que se nutre de los ciclos y las estaciones.
A la oscuridad que resguarda los tesoros,
que hace germinar las semillas y madurar los frutos.
A la oscuridad que cobija los dolores y el miedo.
A la oscuridad que es egoísta y se defiende.
A la oscuridad que también soy yo,
le pido que escuche mi llamado y abra mi conciencia y mis ojos.
Con la varita de incienso sahumarás tus pies. Deja que el humo los cubra y mientras lo haces tócalos y pregúntales: qué caminos se negaron a transitar porque no eran los adecuados para ti, o porque no querías seguir ese rumbo. Charla con ellos sobre las veces que decidieron frenarte porque estaban cansados y querían que te detuvieras. Sube el incienso por tu cuerpo mientras le preguntas a tu sexo, a tu vientre, a tu torso, a tus brazos, a tus manos, a tu cuello, a tu cabeza, cómo es su lado oscuro. Observa como marcan límites con decisión, como sienten sin reservas, como se defienden, como eligen perder el tiempo porque a veces es necesario vivir.
Toca tu cuerpo, acaricialo con el humo del incienso y escúchate a ti mismo. Recoge con gusto esta cosecha de logros, de triunfos que parecieran no serlo, pero que están revestidos de sinceridad, de humildad y sobre todo de humanidad.
Cuando hayas terminado suspira con fuerza, con satisfacción, y siente como la esfera de protección que creaste se desvanece a tu alrededor. Observa la llama de la vela y sopla sobre ella para apagarla. Deja el trabajo sobre la mesa, ve a desayunar, duerme un rato y recógelo cuando te sientas listo.
El cacao, o el chocolate, y las hojas secas deben volver a la tierra para descomponerse en oscuridad y paz. Usa las monedas para comprarte cualquier cosa que te haga feliz o utilízalas para iniciar el ahorro de algo que desees solo por que te gusta. La vela préndela durante nueve meses, en la noche de luna oscura, al alba, y vuelve a charlar contigo. Feliz cosecha oscura.